viernes, 28 de agosto de 2009

Viajando en ruta


Life isn't about waiting for the storm to pass,

it's about learning to dance in the rain.

La vida no es de esperar a que pase la tormenta,

se trata de aprender a bailar bajo la lluvia.

Encontré esta frase en un post de tumblr, me llamó mucho la atención y decidí rebloguearla, precisamente porque es un aliciente, porque logra que me identifique y porque es una forma de decir: si el cielo te da limones, aprendé a hacer limonada.

Justamente en estos días, en que todo se recrudece y en que las cosas no pintan del mejor color que deseo, he encontrado tranquilidad y esperanza en la misma angustia. ¿Qué irónico no? No tanto después de haber puesto los pies sobre la tierra, de haber tocado fondo y reencontrarme conmigo misma.

Siempre he tenido miedo de andar en ruta en Managua (les llamamos rutas al transporte urbano), miedo a los ladrones, miedo a caminar y que éstos me sigan, miedo a que se me doble un pie al cruzar una calle (porque tengo osteotendinitis), en fin, probable paranoia mía, pero es así. Entonces, para poder dirigirme a cualquier sitio dependo del taxi, sin embargo, este medio de transporte hoy en día tampoco es seguro y debido a la crisis tampoco es económico. Total, que he decidido ahorrar mis pesitos y lidiar con mi miedo, decidí viajar en ruta.

He aquí una crónica de mi primer día en ruta por Managua. Lo primero, salir temprano, más temprano de lo acostumbrado, pues ahora no hay taxis. Me vestí como Anita, la huerfanita para que nadie se fijara en mí. Fui con zapatos bajitos porque sabía que debía estar de pie y caminar. Lo único que no preví es que estamos en invierno y yo jamás cargo un paraguas, porque cuando llevo algo en mis manos lo dejo en cualquier parte, así que es caso clínico. También llevaba mucho optimismo e iba rezando para que no me pasara nada malo.

La primera ruta que tomé fue la 119 hasta llegar a Plaza España, ahí hice varias diligencias, uff sí que caminé, pero mi optimismo estaba al cien; luego volví a tomar la 119 hasta el Centro Comercial para de ahí subir a la 165 que me llevaría a mi centro de labores, joder, ahí empezó lo triste, inició una tormenta con rayos y centellas, la ruta iba súper llena y casi nos asfixiábamos, la lluvia no cesaba y al bajarme sabía que me mojaría la colita, cuál colita, me empapé toda, y mientras caminaba bajo la lluvia pensé en una revista que leí hace mucho en la que decía ¿qué tan sexy te sentís cuando te cae la lluvia? Jajaja, y decidí que me sentía sexy y que era sexy disfrutar la lluvia, aunque sabía que al llegar a la oficina me moriría de frío por el aire acondicionado, así fue, pero me sentía contenta, era una experiencia bonita, lo malo es que será una experiencia diaria jajaja.

Hoy amanecí resfriada, pero qué más da, ayer por ir pensando en lo que me pasa, me pasé de la parada y tuve que caminar de Altamira hasta el Centro Comercial de nuevo jajaja hasta yo me río de mí misma. Pero esto debe ser así, debo reírme, debo disfrutarlo, debo sentirlo bien, de lo contrario corro el riesgo de morirme de depresión.

Un abrazo, gracias por leer mis locuras…yo sólo quise compartir la crónica de mi primer día en ruta en Managua.

jueves, 27 de agosto de 2009

Managua tras las rejas

En 2005, me visitó una amiga de Estados Unidos, a quien conocí en Madrid. Vino para conocer mi país, después de tantas descripciones que yo, como buena ciudadana, había dado de mi paisito. Ella es una estadounidense que da clases de Español en un college de San Francisco, precisamente cuando la conocí estudiaba Español. Como buena turista, tomó fotografías “a lo descosido”, lo interesante es que al llegar a su país, mostró las fotografías del viaje a sus alumnos y de todo lo que vieron, a los chicos lo que les llamó la atención fueron las casas de Managua. Me contaba mi amiga que todos le preguntaban por qué las casas de Managua estaban encerradas, por qué vivíamos como presos. Ella no supo responder y me escribió para preguntarme.

Me hizo reflexionar mucho esta situación, debido a que no lo había percibido ni analizado desde ese punto. Estamos tan acostumbrados a nuestro entorno que ya no nos detenemos a observar cómo se va degenerando. Luego, me di a la tarea de observar cuando iba por las calles y, prácticamente, todas las casas de nuestra capital tienen verjas, todas están tras las rejas. Y es que, una de las medidas para combatir la delincuencia y el desorden, incluso para proteger nuestras propias vidas han sido las verjas, a tal grado que hay casas cuya fachada no se ve en lo absoluto. Muchos ciudadanos invierten en construir verjas a las fachadas el dinero que bien podría utilizarse en mejoras internas de la casa, pero en fin.

Sin embargo, no puedo obviar que ante la necesidad de protección, se hace uso de un recurso de diseño urbano tan rudimentario como es la división del espacio a través del uso de rejas, y aunque se pierde visibilidad, iluminación y espacio, a veces se logra un bonito acabado arquitectónico.

Ante esta situación de inseguridad, temor en incluso terror, ya casi nadie está en las aceras por las tardes, como antes solían estar, conversando en familia o viendo jugar a los niños. Ya, incluso, nadie conversa con el vecino ni se entera de nada, todo debido a un encierro autoimpuesto. De manera que, ya no hay casas con verjas sino verjas con casas. Y lo curioso de todo es que no tenemos esperanza de que esta situación cambie, al paso que van las cosas.